
La playa de Etiopía está en Djibouti
«¡Vaya, vaya!, aquí no hay playa», canturreábamos a finales de los años 80. Un mantra musical que el grupo The Refrescos popularizó con la sana intención de subrayar las virtudes e inconvenientes de vivir en Madrid.
La tonadilla podría exportarse en tiempo y espacio al Cuerno de África, con Etiopía y Djibouti como protagonistas. El primero es un destino turístico y viajero de primer orden. Con etnias por doquier (Hamer, Mursi, Dorze o Dassanetch), una capital (Addis Abeba) con una apasionante vida nocturna, paisajes impactantes (de la verde montaña de las Simien a la aridez del Danakil pasando por el Parque Nacional del Nechisar), cultura ancestral (Lalibela, Gondar o Bahar Dar) y cuna de alguno de los mitos de la historia del atletismo (en Bekoji, sin ir más lejos), la antigua Abisinia (¡cielos!)…no tiene salida al mar. No importa, se justificarán algunos, dispone de los lagos Chamo, Langano o Tana, así como de ríos del estatus del Nilo Azul. Bien cierto. Pero no tiene playa, como la canción.
Ciertos etíopes, sin embargo, hace tiempo que disponen de la solución. ¿Quieres playa? Vete a Djibouti, el diminuto país vecino.
Endoethiopia quiso comprobarlo en primera persona y disfrutar de todos sus encantos
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. La experiencia prospectiva resultó tan satisfactoria que, desde hace poco menos de un mes, ofrecemos salidas a este destino, ya sea de forma directa o combinándolos con una ruta por Etiopía.
Los alicientes de este estratégico territorio enclaustrado entre Somalia, Eritrea y Etiopía (a 20 kilómetros de la costa de
Yemen) son variados. Uno es el Lac Abbe, una depresión de 350 metros cuadrados, en pleno territorio Afar, y un paisaje apocalíptico (con formaciones calcáreas que emanan fuertes olores) donde en su día se rodó la película «El planeta de los Simios». Las puestas de sol aquí son, parafraseando a este film, de «otro planeta».
El lago Assal es otro. Encerrado a 155 metros bajo el nivel del mar y con temperaturas superiores a los 50 grados, este mar de sal es el punto más bajo del continente africano y un paraje espectacular.
Aún hay más. Goubet Al-Karab o el Golfo de los Demonios. Islas encantadas (o al menos eso dice la población local) con manantiales de agua hiviendo. Para hacer un receso, nada mejor que la capital (también llamada Djibouti), con un barrio de casas coloniales con cierto encanto y un alto en el camino para comer buen pescado, entre tantos comerciantes y gentes de negocios europeos.
El colofón a una visita a Djibouti puede estar en sus múltiples actividades acuáticas. Una sesión de buceo en las aguas cristalinas de Musha Island o un paseo en barca para avistar el tiburón ballena enriquecen, sin duda, una estancia en esta bisagra cultural entre Etiopía y Arabia, con mayoría de etnias Afar e Issas y más reconocida por su localización como zona de libre comercio y estrategia comercial.
En nuestra reciente visita, degustando una deliciosa dorada oteando el horizonte arábico, ya podemos certificar que la playa de Etiopía (con perdón de los puristas) está en Djibouti. Vaya, vaya, aquí sí hay playa.
Texto: RAFA MARTÍN /Fotos: CARLES IBÁÑEZ