
La segunda juventud del fútbol etíope
La bandera anudada al cuello hace el ademán de desprenderse del mismo. Junto a ella, la trompeta enmudece y el simpático gorro tricolor busca acomodo en el suelo. Game Over. Se acabó. La potente selección de Nigeria ha hecho bueno los pronósticos. Víctor Moses a los 20 minutos del primer tiempo y Victor Obinna a los 37 minutos de la segunda parte certifican el pase de las Águilas Negras (en el cómputo global de la eliminatoria 4 a 1 para los nigerianos) y rompen las esperanzas abisinias de jugar el Mundial de Fútbol de Brasil 2014.
Tiempo suficiente para que el supporter del estandarte abandone uno de los bares de moda de Addis y enfile camino a casa con el regusto amargo de la derrota, pero con la intuición de estar viviendo la segunda juventud del fútbol etíope.
Cierto. Etiopía, tierra legendaria de atletas de relumbrón como Haile Gebrselassie, Abebe Bikila o Tirunesh Dibaba, se conoce, deportivamente hablando, por algo más que por esas gacelas humanas de media y larga distancia. El fútbol, ese ejercicio universal que enfrenta a once contra once con un balón de por medio, se ha adueñado del alma de este país. Ya lo hizo a prinicipios de la década de los 60 del siglo XX, un entusiasmo que parece resplandecer en los últimos años.
Pero empecemos por el principio. Sí. Etiopía es algo más que las iglesias excavadas en la roca de Lalibela, una experiencia única en el Danakil o la cuna de tribus ancestrales como los Hamer. ¿Se acuerdan de Mengistu Worku, el «Pelé Etíope»? Probablemente no. Seguro que les suenan más Rummenige, Maradona o Paolo Rossi…pero para los etíopes más maduritos Worku fue el impacto balompédico de principios del 60.
El considerado uno de los 100 mejores futbolistas africanos de todos los tiempos fue uno de los artífices de la primera (y única) Copa África de Etiopía. Fue en 1962 y, vale, fue en casa y sólo participaban cuatro conjuntos, pero puso a este país en el mapa deportivo. Aquella final, ante la antenta mirada de Haile Selassie, El Emperador, se convirtió en la cima del fútbol etíope. Derrotó a Egipto 4 a 2 (dos de los goles de Worku) y Fatah, con tres dianas, fue uno de los máximos artilleros del campeonato. Cinco años antes, en la primera edición del trofeo, la antigua Abisinia ya había finalizado en segundo lugar. Era la época dorada de los ahora denominados Wallias, una cabra endémica de las Simien Mountains que se ha erigiddo como símbolo patrio.
Con el paso del tiempo, por desgracia, Etiopía fue perdiendo protagonismo hasta…ahora. Desde hace poco más de un año parece haber resucitado como el Ave Fénix (a excepción de 1982 cuando se clasificó para la Copa África, de la mano, otra vez, de Worku, aunque en esta ocasión como máximo responsable técnico).
En la última edición del torneo africano hizo un buen papel en un grupo encabezado por Nigeria (que, a la postre, sería el vencedor del mismo), tras clasificarse por primera vez en tres décadas. La racha prosiguió de la mano de «El Profesor», el talentoso entrenador Sewnet Bishaw, que ha llevado a los Wallias a, casi, clasificarse para Brasil. En el grupo clasificatorio se deshizo, entre otros de Sudáfrica o Botswana, hasta quedar orillado por culpa de Nigeria.
No importa, piensan Bishaw y miles de aficionados. En un país que crece económicamente como ninguno en África y con interesantes equipos de la liga nacional como el Saint George o el Bunna, el buen trabajo tendrá su recompensa. La segunda juventud del fútbol etíope ha llegado para quedarse, con el objetivo de que nunca más los hinchas retornen a casa cabizbajos.
Texto: RAFA MARTÍN /Fotos: RAFA MARTÍN y agencias