
¿Hace otro tej?
Lalibela suele ser un brindis a los sentidos, pero también una prueba de fuego para la resistencia física. En una de nuestras últimas visitas, tras recorrer túneles y sortear monjes misteriosos durante varias horas, aprovechamos la llegada de las tinieblas para poner fin a una excursión tan interesante como agotadora.
De regreso a los aposentos, como suele ocurrir, nos dejamos arrastrar, por enésima vez, por la magia de la ciudad.
Puestecitos caseros con artilugios de lo más variopintos, charlas a la fresca aderezadas con historias inverosímiles o chiquillos reclamando nuestra atención al grito de «farangi, farangi», resultan suficientemente poderosos como para no rendirnos. Envalentonados por esa intangible confortabilidad que aporta el contacto con la población autóctona, alguien suelta, desde el anonimato, algo tan definitivo como original: «¿Hacemos un tej?».
La mirada cómplice del grupo es concluyente y demoledora. ¡Nos vamos a beber un tej!….o dos.
Para los menos avezados en licores etíopes, decir que el tej (o teich) es una suerte de aguamiel, de cierta graduación, que constituye todo un referente en Ethiopia, convirtiéndose, junto al omnipresente café, en la bebida más popular. El delicioso (y dulce) brebaje se prepara con miel y las hojas de un arbusto local de nombre gheso. Se suele servir en frascos o atractivas botellitas llamadas birille y, aunque antaño fue bebida de reyes, en la actualidad resulta más mundana. Para entendernos, el tej, salvando distancias, podría tener su equivalencia a nuestro vino casero.
Aunque se consume en todos los hogares, resulta imposible degustarlo en establecimientos al uso. La casa del tej (teich bet) es el lugar idóneo. Un bar local de asientos y mesas compartidas, y escasa iluminación artificial, suele ser el templo de este licor de peligrosa graduación.
Varias preguntas más tarde, y otras tantas indicaciones desordenadas, y nos vemos abocados a una construcción de puerta estrecha y austera decoración. En su interior, decenas de ojos nos interrogan, al tiempo que nos acomodamos en una de las esquinas.
Una simpática y pizpireta camarera, hija de la casa, nos regala una sonrisa y la imprescindible birille. No hace falta preguntar nada más. La chica ha entendido que no venimos a saborear un San Francisco. Llegados a este punto, y una birille después, la lengua se suelta. El idioma no parecer ser ya un impedimento. Algunos de nosotros se atreve con un macarrónico (y desternillante) amárico y los vecinos de copas (perdón, de tej) chapurrean una amalgama y estrambótica mezcla de italiano e inglés. Las conversaciones, realmente surrealistas, alcanza su cénit cuando uno de los clientes habituales del teich bet averigua que uno de los farangis es abogado… Sin mediar más que algunas palabras, y tras invitarnos a una nueva ronda, muestra unos legajos escritos a mano y, con la «ayuda» de un amigo, pide asesoramiento para adquirir unas tierras. Bueno, o eso entendimos en ese momento…
El clima se calienta, las risas se adueñan de la estancia y la propietaria ya no da abasto para tantas consumiciones. Abogado y parroquiano siguen a lo suyo y comienza la sesión fotográfica. Como nadie parece deparar en la hora, la velada se alarga hasta que los gatos se tornan pardos. Uno, consciente que al día siguiente visitaremos Gondar y con posterioridad las Simien Mountains, da por conclusa la fiesta. Una vez fuera, con el relente característico del norte de Ethiopia devolviéndonos a la cruda realidad, amaga con sonreír y pregunta… «¿hace otro tej?». Texto: RAFA MARTÍN/ Fotos: TONI ESPADAS
Ras Dashen, el techo de las Simien Mountains | Blog endoethiopia
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