
Donga, el orgullo guerrero de los surma
«¡Zas! ¡Zas! ¡Zas!». Los largos bastones de madera eclosionan de forma rítmica contra los desnudos cuerpos masculinos. Como si de un baile se tratase, los contrincantes se baten sobre la tierra arcillosa con una cimbreante vara como arma, con una mezcla de habilidad, precisión y contundencia. No se trata de una lucha cualquiera, sino del donga, una ancestral tradición del grupo étnico de los surma (mursi, chai y tirma, entre otros) cuyo valor simbólico refuerza el sentido de su identidad.
El donga se celebra todos los años tras las cosechas (entre noviembre y enero) y la proliferación de la ceremonia va muy ligada al éxito de las mismas. Cuanto mejores y mayor cantidad de frutos da la tierra, más hombres se retan. Aunque los mursi constituyen los principales garantes de tan vistoso espectáculo, lo cierto es que el donga se propaga por las tierras enmarcardas entre el Omo y su afluente del Mago, en el suroeste de Ethiopia, y es el signo distintivo de todos los grupos súrmicos, como un paso más de los jóvenes en su ascenso social.
El punto culminante de la ceremonia es el duelo entre jóvenes solteros para ensalzar su prestigio, pero se inicia antes con unos códigos, como suele ocurrir en estos casos, de complicado desciframiento. Antes de la pelea, los luchadores marcan su cuerpo con escarificaciones y pintura blanca que resaltan la corpulencia de los mismos. La misma mañana del combate, los participantes beben toda la sangre que son capaces del cuello de una vaca. Aplican una certera incisión con una flecha, llenan un cuenco y se sacían de un alimento del que obtendrán la suficiente fortaleza. Por lo que se refiere al animal, le tapan la herida con barro para evitar su desangre.
Rodeados de la comunidad y bajo la atenta mirada de las jóvenes solteras, comienza la refriega. La contienda no constituye un intercambio de golpes sin sentido, ni se busca infringir un daño irreparable al contrario. La pugna pretende eliminar al contrincante sin ocasionarle la muerte. Existe un código y una suerte de árbitro encargado de que se cumplan las normas. En el caso de ocasionar la muerte al adversario (hecho que se ha repetido en más de una ocasión) existen fuertes represalias para el joven y su familia.
Desnudos, moviéndose blandiendo un palo con movimientos rápidos y explosivos, y rodeados de un griterío que anima incondicionalmente, el donga va más allá que un canto a la masculinidad. Es el orgullo del guerrero surma. La honra de una tradición que alimenta un territorio fascinante.
Texto: RAFA MARTÍN/Fotos y vídeo: TONI ESPADAS
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