
Ukuli bula, el salto de niño a adulto de los Hamer
Con certera habilidad el joven, totalmente desnudo, salta de buey en buey. Cuando finaliza el recorrido sobre los lomos de cuatro o cinco animales, acompasado por los cánticos de sus correligionarios, vuelve sobre sus pasos y repite la maniobra en dirección contraria. Y así hasta que su travesía se complete de forma satisfactoria a ojos ajenos. La escena, en pleno campo despejado de arbustos en el Bajo Omo, constituye uno de los rasgos distintivos del ukuli bula; o lo que es lo mismo, la ceremonia de tránsito entre la edad infantil y adulta de los Hamer. Tradición y coraje que ejemplifican una de las etnias más seductoras al este del río Omo.
Los Hamer, vecinos de los Dassanetch, Karo o Nyangatom, conservan ese aura inexplicable (y fascinante) que los hace diferentes. Serán sus peinados femeninos sustentados en barro ocre y rojizo, sus faldas típicas de piel de cabra rematadas con piezas metálicas o bien las plumas de ave que coronan las testas masculinas. Sea como fuere, los Hamer desprenden magia, tal y como se observan en sus ritos ancestrales. El ukuli bula, el salto sobre el ganado, podría considerarse su costumbre más relevante.
De entrada, señalar que asistir a uno de estos pasos de la pubertad a la madurez no constituye tarea sencilla. El culto, impregnado de códigos tan solemnes como indescifrables, se prolonga durante tres días. En ellos, el «ukuli», el aspirante, debe convertirse en «maz» u hombre adulto. Para ello debe superar una serie de estadios en los que participan, en mayor o menor medida, toda la comunidad. Las mujeres jóvenes de la familia, con sus edulcorantes canciones, inician el ritual ensalzando la figura del «ukuli». Frente a ellas, el resto de hombres adultos ( que ya son «maz»), blandiendo delgadas y flexibles ramas, observan con detenimiento la danza.
De repente, una de ellas, sin dejar de elogiar a su familiar, da un paso al frente. Es entonces cuando sucede. El «maz», con un movimiento seco, utiliza el látigo natural contra el embadurnado cuerpo femenino. La operación se repite sucesivamente entre los participantes, como muestra de valor y fortaleza física de las féminas. Cuanto más cicatrices cosan el cincelado cuerpo de estas Hamer, más merecedoras del amor (y respeto) del joven protagonista tendrán. En una reciente visita, Endoethiopia pudo asistir, de nuevo, a una de estas fascinantes ukuli bula, sorprendiéndose de las insistentes y suplicantes demandas de las chicas para ser objeto de los golpeos.
Finalizado tan doloroso procedimiento, los «maz» se pintan el rostro, al tiempo que degustan café en enormes calabazas divididas en dos. Su siguiente misión será la de apiñar un grupo de reses (antaño podían superar la decena) y vigilar las evoluciones del «ukuli» saltando de vaca en vaca. El inestable ejercicio, sin duda, no deja indiferente a nadie. De su habilidad dependerá su futuro estatus como hombre casadero
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Por último, el «ukuli» se pintará con carbón y mantequilla y estará preparado para aceptar una muchacha. Eso sí, la familia habrá elegido (y pactado) la candidata, una decisión estrechamente ligada y condicionada a la dote que pueda recibir.
Con el paso del tiempo formarán una familia propia, visitarán los activos mercados semanales de Dimeka y Turmi para adquirir, por ejemplo, las preciadas vasijas de barro de los Bashada y repetirán esa ceremonia que tanto significa a tan entrañable pueblo: el ukuli bula.
Texto: RAFA MARTÍN/ Fotos: TONI ESPADAS
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Isaac
Hola, buen post lo que haz hecho, felicitaciones,. Me preguntaba. Me contaron una vez un relato de una tribu de no se donde, que mandaba al niño al bosque solo con los ojos vendados y tenia que sentarse en una roca en medio de la selva y esperar ahí a que amaneciera sin moverse, si lo hacia, se convertiría en hombre. Lo que nunca le dicen al chico es que su padre siempre estuvo a su lado para protegerlo de los animales salvajes, es cierto eso.?