Danakil, la sal de la vida

Danakil, la sal de la vida


El termómetro no da tregua. Desde que ha despuntado el sol en la aldea de Hamed Ale ( en realidad un puñado de cabañas sobre guijarros, rodeados de escasos brotes vegetales), la temperatura no ha hecho más que ascender inexorablemente, provocando una continua sensación de asfixia. El gara, un intenso viento caliente típico del Danakil, tampoco resulta un alivio. En este rincón  de Ethiopia, ubicado al este del país y a pocos kilómetros de Eritrea (sin duda uno de los más calurosos del mundo),  el calor extremo no nos abandonará durante nuestra estancia aquí.

En tan inhóspito paraje dominan los afar, un pueblo de rostros surcados por la dureza de la climatología. Dicen que antaño, durante la no tan lejana ocupación italiana, los afar daban la bienvenida a los extranjeros cortándoles los testículos…Bien, podemos dar fe de que las partes nobles ya no peligran, tan sólo debemos preocuparnos por los 50 grados centígrados que, a pleno sol, soportan estoicamente nuestras occidentalizadas cabezas.

¿Qué se le ha perdido a Endoethiopia en tan recóndito emplazamiento? La lista es interminable. Podríamos hablar de la impagable experiencia al borde del volcán Erta Ale o de la vistosa visita al Dallol, una surrealista combinación de manantiales sulfurosos de colores dalinianos. Pero no, en esta ocasión nos adentraremos, de la mano de los habitantes del lugar, a pocos kilómetros de Hamed Ale, en un recóndito punto que, algunos, reconocen como Regut.

Danakil_Camellos

El espectáculo no podría ser más grandioso. Centenares de camelleros afar (y de otras etnias) pican la corteza salada, con la finalidad de extraer ladrillos rectangulares de, aproximadamente, 30 x 40. El mecanismo es tan arduo como sencillo. Con un pico en la mano, los obreros marcan con fuerza el blanco manto salado. Otros, con una vara a modo de palanca, levantan la superficie en grandes bloques. Unos terceros, finalmente, dan forma a las tabletas, que pueden llegar a pesar unos seis quilos y medio.

Mientras, entre estupefactos y acalorados, disfrutamos de la escena y saboreamos un té ofrecido por tan hospitalarios personajes,  nuestros nuevos amigos cargan los camellos con la mercancía. Se calcula que cada animal puede transportar entre 5 y 10 sacos de sal, de 20 quilogramos cada uno. Asidos fuertemente mediante una soga, los bloques de sal viajarán lejos, muy lejos.

En una ruta que les llevará a Berahile, pero también a Mekele, las caravanas, formadas por entre 20 y 50 bichos (con un camellero por cada uno de ellos), esperan ganarse la vida. Aunque los precios oscilan dependiendo del mercado y la situación, una barra puede costar hasta 12 birr.

Los comerciantes se ganan la vida gracias a su legendaria austeridad, alimentándose lo justo y recorriendo una nada despreciable cantidad de quilómetros, durante los varios días que puede prolongarse la ruta. Orgullosos, no tienen reparos en reconocer que pocos pueblos se atreven a aventurarse en tamaña forma de vida

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. Ellos, con una fisonomía castigada por la existencia, afirman que transportan la sal de la vida.

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